Usted está aquí: Inicio

Homilías de Pedro José Martínez Robles

Sábado, 15. Diciembre 2012 - 10:06 Hora
Tercer domingo de Adviento

Queridos hermanos: hoy la Palabra de Dios y la liturgia de la Iglesia nos quiere transmitir un mensaje de alegría.
Se trata del mensaje, del anuncio gozoso de la presencia y la cercanía de Dios. El Profeta Sofonías lo ha repetido dos veces: “El Señor está en medio de ti”; y en el salmo responsorial decíamos: “Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel”; San Pablo escribiéndoles a los filipenses les ha dicho: “El Señor está cerca”; y el Bautista proclama: “Viene uno más fuerte que yo”. La presencia y la cercanía de Dios es una presencia que genera alegría y vida, pero al mismo tiempo es exigente. Hemos visto cómo el evangelio de hoy ha repetido tres veces el verbo “hacer”. La predicación de Juan Bautista preparando la llegada del Mesías nos recuerda que este “hacer”, con el cual se acoge la cercanía de Dios, se concretiza viviendo con responsabilidad y practicando la justicia.
1.- El profeta Sofonías, y precisamente en tiempo de calamidad para Israel, cuando se notaba una triste descomposición en lo social, en lo político y también en lo religioso, con la inminente amenaza del destierro, dice palabras de alegría para todos. Alegría, fiesta, libertad para los “condenados”, confianza para los que tienen la tentación del temor, ánimos para los desfallecidos.
Después de haber experimentado las oscuridades y los límites de la monarquía y de las otras autoridades, que habían llegado a ser muchas veces agentes de injusticia, el profeta afirma que no queda otra salida: Yahvéh volverá a ser el rey de Israel.
El señorío de Yahvéh libera del miedo. Por eso se dice también después cuando el mismo Señor el que se dirige a la ciudad: “No temas, Sión, que no desfallezcan tus manos” (“No tengas miedo, Sión, que tus manos no tiemblen”), porque el sentimiento del miedo provoca parálisis. Muchas veces el miedo, el temor, invade a toda la persona y la vuelve impotente. Pero la presencia del Señor “en medio de ti” como “guerrero que salva”, libera a los habitantes de Jerusalén de todo miedo y los abre a una perspectiva de gozo; de gozo y de capacidad de actuar y de decidir.
De nuevo lo repetimos: el motivo de esa alegría en tiempo de calamidades es que Dios está en medio de su pueblo, que lo ama, que se complace en él: “qué grande en medio de ti el Santo de Israel” (salmo).
San Pablo, con mayor motivo, nos invita también a la actitud de alegría. Dios se ha acercado definitivamente a nuestra historia en Cristo Jesús. Por eso los cristianos, los que creemos en el Salvador enviado por Dios, nos llenamos de alegría, dejamos que nos inunde la confianza y la paz interior, superando todas las tentaciones de angustia o de miedo, que abundan también en nuestra historia.
Nuestro gozo que brota de la experiencia profunda de Cristo muerto y resucitado. La raíz de la alegría cristiana no es un optimismo simplista y fácil, sino la conciencia de que vivimos unidos a Cristo y de participamos de su vida. Y este gozo es posible aún medio de las dificultades de la vida, porque en los momentos de dificultades los creyentes también descubrimos y vivimos el misterio de la cruz del Señor, de manera que en esas situaciones muchas veces dolorosas descubrimos una vida que surge de la muerte. Y la raíz de la esperanza cristiana para San Pablo es que “El Señor está cerca”. Debemos vivir abiertos a ese futuro de plenitud, que es el regreso del Señor. La venida liberadora de Cristo debe ser vivida en constante vigilancia, preparándonos para el encuentro definitivo con Él.
2.- Pero la alegría no se puede quedar ahí, en ese sentimiento, porque la Palabra también nos ofrece un programa concreto y exigente.
San Pablo unía también al anuncio de la alegría una invitación a que “vuestra mesura la conozca todo el mundo”, es decir, llamaba a un estilo de vida: porque un cristiano tiene un estilo de vida que tiene su origen precisamente en el que Dios ha enviado para salvarnos, Jesús. Pero hoy es sobre todo el Bautista, en el evangelio, el que nos confronta con un programa ético de vida, con un estilo de actuación, que es según él lo que demostrará en verdad que nos convertimos al Salvador y que queremos prepararle los caminos en nuestra vida.
A la vez que nos dejamos convencer por la invitación a la alegría y la superación del miedo, nos debemos sentir interpelados, cada uno desde sus circunstancias concretas, por esta llamada del Precursor a una vida de acuerdo con el programa del Salvador. Lo que nos propone el Bautista no es algo extraordinario. Sencillamente, desde la vida de cada día, nos dice que vivamos una actitud de caridad y de justicia. Se trata de vivir la caridad que sabe compartir lo que uno tiene con el prójimo. Se trata de vivir la justicia que nos urge a ser honrados, sin trampas ni exigencias fuera de lo señalado. Se trata de vivir sembrando paz a nuestro alrededor, siendo sembrador de auténtica fraternidad y comunión.
3.- “El pueblo estaba en expectación” ¡qué bellas palabras de San Lucas!; se preguntaba si Juan sería el Mesías; Juan les dirá que no, que no es él; y nosotros, el Nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia también estamos en este tiempo del Adviento en expectación, esperando la llegada del Señor, del Mesías que ya conocemos, de Cristo que se encarna, muere, resucita y está presente en medio de nosotros; y lo hacemos viviendo esa alegría profunda del corazón que es exigente y que nos pide frutos de justicia, de caridad, de fraternidad, de paz.
Que vivamos estos días que quedan para la Navidad con auténtico gozo cristiano, un gozo que se transforma en tarea para dar frutos de amor, de caridad, de justicia, de fraternidad. Todos nosotros, cada uno de nosotros, en la Parroquia, allá donde nos encontremos.
Queridos hermanos: “Estad siempre alegres en el Señor. Os lo repito, estad siempre alegres”

Imagen: Ghirlandaio. Predicación de Juan el Bautista. Capilla Tornabuoni en la iglesia de Santa Maria Novella (Florencia).

Sábado, 1. Diciembre 2012 - 18:34 Hora
I domingo de Adviento

Queridos hermanos:

Comenzamos hoy el tiempo del Adviento. Adviento significa ‘venida’, en Adviento esperamos que el Señor venga, que el Señor esté presente en medio de nosotros: es el tiempo de preparación para la Navidad, en la que pronto vamos a conmemorar la primera venida del Hijo de Dios a los hombres; pero también es el tiempo en el que, por este recuerdo, nuestro corazón se tiene que dirigir a esperar que el Señor vuelva de nuevo, al final de los tiempos.

Adviento es un tiempo de alegre esperanza. Tiempo de esperar al Señor que se hace uno de nosotros en el seno de la Virgen María; fijaos qué cosa tan grande: Cristo, siendo igual a Dios, se hace uno de nosotros, igual a nosotros menos en el pecado; y no sólo no pierde su ser divino sino que haciéndose como nosotros, nos eleva a nosotros a la condición de Hijos de Dios (nos diviniza). Tiempo de espera gozosa, ese es el tiempo del Adviento.

En la Primera lectura se nos habla de esperanza: “En aquellos días, suscitaré a David un vástago legítimo que hará justicia y derecho en la tierra” (Jer 33,15). En el desierto desolado de los hombres, en el tronco seco y árido de la dinastía de David, Dios hará brotar un pequeño signo de vida. Dios hace posible otra vez el milagro de la esperanza y de la salvación. Su amor no se extingue jamás y se sigue manifestando en medio de la esterilidad y el fracaso de las acciones humanas. El nuevo rey anunciado por el profeta será un auténtico representante del Señor. Y a pesar de los pecados personales, las infidelidades del pueblo y los manejos políticos corruptos y violentos, hay motivos para seguir esperando en la justicia y en la paz.

Tiempo de vigilancia también: la Palabra de Dios que hemos escuchado insiste en la otra dimensión del Adviento que hemos señalado: no se trata sólo de esperar la Navidad, se trata también de la vigilancia que exige el retorno inesperado del Hijo del Hombre.

El evangelio nos describe la venida del Hijo del hombre por medio del lenguaje metafórico de las catástrofes cósmicas. No podemos interpretarlas literalmente, el Evangelio nos quiere comunicar una verdad más profunda y radical: la cercanía salvadora de Dios. Lo importante del texto es el anuncio de la venida del Hijo del Hombre, “en una nube, con gran poder y gloria”. La expresión “Hijo de hombre” está tomada del libro de Daniel y designa al Mesías que al final de los tiempos realizará la salvación definitiva de Dios a favor de sus elegidos.

El Hijo del hombre es Jesucristo y su venida es el gran acontecimiento de la liberación humana. Los signos anticipadores de su venida indican la llegada de esta liberación que acontece en nuestra misma historia: “Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación” (Lc 21,28). Es ahora cuando tenemos que renovar nuestra esperanza y levantar la cabeza, es decir, colaborar activamente en la construcción del reino de Dios. Lo que será definitivo al final, se va realizando ya día a día por obra del mismo Cristo en el camino histórico de la humanidad.

¿Y cómo se traduce para nosotros ese estar en vela, ese estar preparados que el Señor nos dice hoy en el Evangelio? Yo creo que es sencillo, el Señor nos invita a vivir nuestra vida de cristianos con una actitud de esperanza activa.

¿Qué significado tiene para nosotros esta esperanza activa?, yo creo que es sencillo, nos lo dice el Señor: “Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre”. Ante los signos de los tiempos que indican la cercanía de la salvación es necesario realizar una opción moral adecuada y concreta. Por eso nos esforzamos cada día por liberarnos de la “pesadez del corazón”, de ese “embotamiento de la mente”, es decir, de la indiferencia, la inmoralidad y la superficialidad que le impiden contemplar a Dios como Padre y a los demás como hermanos. Tenemos que saber amar como Dios nos ama, tenemos que mirar como mira Jesús, tenemos que relacionarnos con todos tal y como Jesús se relaciona con ellos: sin juzgar, sin reprochar, viendo en ellos solamente lo bueno que tienen, quitando prejuicios que puedan alterar la relación, amándoles en definitiva. Lo podemos concretar en el matrimonio, en la familia, en el trabajo, en las relaciones con los amigos, con los vecinos...

Cuando hayamos hecho esto de verdad estaremos en buena disposición para esperar al Señor que viene, al Señor que sabemos que vendrá, pero que no sabemos cuándo vendrá.

Vamos a vivir de esta manera el Adviento que comenzamos hoy, con esperanza activa, intentando amar lo mismo que Dios nos ama, realizando las buenas obras que el Señor nos pide.

La Eucaristía que vamos a celebrar es el alimento que nos da la fuerza para amar que nosotros no tenemos, porque la Eucaristía significa que el mismo amor de Dios está aquí entre nosotros y se hace Cuerpo y Sangre de Cristo para ayudarnos a esperar y ayudarnos a amar.

Sábado, 24. Noviembre 2012 - 17:09 Hora
Domingo XXXIV del Tiempo ordinario. Jesucristo, Rey del universo.

Celebramos este domingo la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. Estamos al final del año litúrgico: el domingo que viene ya será el primero de los de Adviento, el tiempo en que esperaremos la venida de Jesús en debilidad, en pobreza, del seno de una muchacha de Nazaret, nacido en un pesebre.

Parece que nos encontramos ante un contraste grande: ¿el Cristo Rey que hoy celebramos es el mismo que el que vamos a esperar?... porque hablar de Cristo "Rey" nos sugiere grandeza, poder, fuerza, supremacía; mientras que hablar de Cristo nacido en un pesebre nos sugiere pobreza, debilidad, pequeñez, miseria, abajamiento. ¿Con qué imagen nos quedamos de las dos?.¿Estamos hablando del mismo Cristo?

Pues sí que estamos hablando del mismo Cristo, y no tenemos que oponer estas dos imágenes. Porque las lecturas que hemos escuchado nos hacen ver en qué consiste el auténtico Reinado de Cristo: un reino que no está de acuerdo con nuestros esquemas de poder, un reino que se realiza desde la debilidad, desde el amor, desde la entrega, desde la cruz. El Reino de Dios en la debilidad que hoy celebramos, comienza en la debilidad del pesebre y culmina en la debilidad suprema de la cruz.

La Palabra de Dios que ha sido proclamada nos da pistas sobre cómo entender y vivir el Reinado de Cristo en nuestra fe y en nuestras vidas:

En la 1ª lectura, el profeta Daniel nos dice que no se trata de un reinado temporal o terreno. En la época en la que escribe, el imperio pagano de Antíoco Epífanes quiere imponer su dominio sobre el pueblo y la fe judía, pero también caerá ese reino temporal gracias a la intervención de Dios, y después de ese imperio inhumano e injusto vendrá el Hijo del Hombre, el rey definitivo, el Mesías, el que aparece entre “las nubes del cielo”, el que viene de Dios, el que recibe el poder del Padre, poder eterno y definitivo. Para nosotros los cristianos se trata de una profecía sobre el Reino de Cristo: él ha venido para salvarnos, y su poder no es otro que el poder del amor, de la entrega total, de la debilidad que le llevan a la resurrección para regalarnos la auténtica salvación.

Y el libro del Apocalipsis nos dice con un bello lenguaje simbólico que Jesús el Señor es:
- el “testigo fiel” que nos ha revelado el misterio de Dios que es amor;
- es “el primogénito de entre los muertos” porque es el primero que ha llegado a la gloria de Dios para abrirnos las puertas de la gloria;
- es el “soberano de los reyes de la tierra” porque su poder (el amor) transforma toda la historia humana según el plan de Dios;
- es “el que nos ama” en el presente de cada día;
- es “el que nos ha liberado de nuestros pecados con su sangre” a través de su sacrificio liberador en la cruz para perdonarnos el pecado y devolvernos la amistad con el Padre
- es “el que nos ha constituido en reino y nos ha hecho sacerdotes para Dios, su Padre”, estableciéndonos en la historia, en la Iglesia como colaboradores activos de su reino de amor.

En el Evangelio Jesús, ya en los momentos de su pasión, cuando está en el Pretorio ante Pilatos (símbolo del poder, del impero terreno de Roma) se presenta como el verdadero Rey; su reino no es de este mundo, no es de origen terreno ni se manifiesta como los reinos de la tierra. Jesús no busca su propia gloria, no tiene guardias para defenderse, no se impone como un tirano. Es Rey, sí, pero desde el amor, desde la debilidad, desde la cruz.

Y su misión es “dar testimonio de la verdad”, darnos a conocer cómo es verdaderamente Dios nuestro Padre: bueno, fiel, misericordioso. A partir de Jesús, el poder queda superado por la entrada del amor en este mundo.

Cristo es Rey en la medida en que él no es todo aquello que entendemos con el término de rey. Jesús es rey en cuanto contrapone el amor al poder.

Jesucristo el débil, el pobre: este es nuestro Rey, y este nos ha traído la salvación y el perdón de los pecados, nos ha redimido con su sangre, y se ha quedado con nosotros hasta el fin de los tiempos.

Este es el Rey que nos ha anunciado el Reino de Dios: “el reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y de la gracia, el reino de la justicia, del amor y la paz” (Prefacio de hoy); que nos ha dicho que el Reino de Dios es como una pequeña semilla de mostaza que se convierte en un árbol grande en el que se cobijan muchos pájaros, que se parece a la levadura que hace que el pan esté esponjoso.

El Reino lo tenemos cerca de nosotros, tan cerca de nosotros que está dentro de nosotros, porque la Palabra de Dios está cerca de nosotros, en los labios y en el corazón. Hoy más que nunca tenemos que rezar con el corazón las palabras del Padrenuestro “venga a nosotros tu reino”, y pedir que este reino de Dios, que está dentro de nosotros, salga afuera y produzca mucho fruto. Nos encontramos ante una llamada a ser auténticos cristianos, a hacer que el Reino se haga realidad a nuestro alrededor, no con aparato, con grandes cosas, sino en la sencillez de cada día, en la sencillez de cada uno de nosotros, en la debilidad del que se siente cerca del Señor y necesitado del Señor. Así será como daremos mucho fruto, un fruto como el que Dios quiere que sea.

Que vivamos esta Eucaristía que vamos a celebrar, en la que Cristo se nos hace presente en la debilidad de un trozo de pan y de un poco de vino, sabiendo que en ella el Reino está entre nosotros, que lo vamos a tener dentro de nosotros, que tenemos que dar fruto auténtico para que Cristo habite en todos los hombres y sea el Rey verdadero de todos los hombres.

Domingo, 18. Noviembre 2012 - 10:28 Hora
Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario

1.- Nos sorprende un primer acercamiento a la Palabra de Dios de este Domingo, el Evangelio nos habla de una ‘gran tribulación’, de fenómenos celestes, de la ‘venida del Hijo del Hombre’; el profeta Daniel de ‘tiempos difíciles’... Ciertamente muchas interpretaciones se han dado a estos pasajes de la Escritura, muchos agoreros han predicho el final del mundo a lo largo de toda la historia y evidentemente no ha sucedido.
¿Qué nos quiere decir el Señor con estas palabras misteriosas?
Me parece que lo primero de todo, que no hay que tener miedo y después nos revela una promesa: que Él mismo va a volver y que mientras esperamos la segunda venida del Señor debemos vivir con alegre confianza y con serena vigilancia, acogiendo el Reino de Dios en el hoy de cada día.
En el Evangelio vemos que Jesús utiliza muchos símbolos (...); mirad este lenguaje no se refiere a acontecimientos históricos que van a suceder en el cosmos, se trata de imágenes que nos quieren revelar una verdad más profunda: significan que Dios va a intervenir en la historia, y va a intervenir con la segunda venida del Hijo de Dios que viene para realizar un juicio no de condena, sino de salvación a favor de todos los que lo han aceptado y han vivido según el proyecto de Dios, los que han sido capaces de seguir a Cristo
Pero mientras el Señor vuelve ¿cómo deben comportarse los cristianos? Deben vivir en actitud de espera, de vigilancia activa, de discernimiento, teniendo una mirada crítica con lo que sucede alrededor, escudriñando los signos de los tiempos y, sobre todo, teniendo como norte, como guía, la Palabra del Maestro, del que ha de venir de nuevo: “mis palabras no pasarán”; el Evangelio permanece siempre como lámpara para nuestros pasos, como luz en nuestro caminar, cuando tantas oscuridades hay en nuestra vida.
La venida del Señor, hermanos, es la realización de una esperanza: el cristiano ‘espera’ que el Señor vuelva, pero esa espera es fecunda, activa, lo importante es orientar bien nuestro ‘actuar’, nuestro quehacer de cada día. Si el ‘hacer’ ha sido bueno, la alegría final será infinita. Y ese mundo nuevo prometido por el Señor y esperado por nosotros significará no la destrucción de éste, sino su plenitud.
Es el presente de cada día la semilla de donde nacerá el árbol maravilloso del Reino. Comprometernos a construir un mundo más humano, más justo, más fraterno y pacífico, significa comenzar a construir ya aquel futuro que está por llegar.

2.- ¿Y nosotros? Debemos saber mirar alrededor, donde estamos, en nuestros ambientes, en nuestro trabajo, con nuestros amigos y familia y saber proponer la Buena Noticia, el Evangelio hoy. Y así será como haremos presentes esa transformación de la realidad y sembraremos a nuestro paso como semillas del Reino de Dios que esperamos; desde lo pequeño y desde las iniciativas grandes que emprendamos.
Y tenemos que ser capaces, claro que sí, de traer a este mundo de hoy tan difícil, tan desesperanzado, el Evangelio de la esperanza. Y ello con el impulso del Espíritu Santo que nos anima y ayuda a transformar la realidad sabiendo que el Evangelio “no pasará” y que este Evangelio es el criterio fundamental de nuestra vida: debemos saber mirar con los ojos de Jesús, que sabe ver para transformar (para curar, para acoger, para pedir, para hacernos hombre nuevos con su Cruz y su Resurrección).

Que la Palabra de Dios y la Eucaristía sigan siendo siempre la ilusión y la fuerza, la alegría y la capacidad transformadora de toda vuestra vida.
Démosle gracias continuamente y vivamos esa esperanza que da el saber que Cristo volverá a darnos la plenitud pero que tenemos que construir este futuro poco a poco, cada día, ahora mismo.

Sábado, 27. Octubre 2012 - 10:30 Hora
Domingo XXX del Tiempo Ordinario (Ciclo B)

Apuntes para la Homilía.

1. El encuentro con Dios es siempre el inicio de un camino que lleva a la vida. Aquel hombre curado de su ceguera encarna el camino de la conversión de todo hombre que aspira a seguir a Jesús. A través de la escucha y del grito confiado, se experimenta la presencia salvadora de Jesús que libera de la ceguera y da la capacidad para llegar a ser discípulo.

Jesús se detiene por primera vez en su camino hacia Jerusalén. Él es el Mesías que va al encuentro de su destino de cruz y de muerte, con decisión absoluta sin que nada lo detenga, “caminando delante de sus discípulos” (Mc 10,32). Solamente hay algo que detiene a Jesús en el camino: un hombre sufriente que lo invoca desde su dolor.

"Muchos lo regañaban para que se callara". Los que seguimos a Jesús, los que tenemos el regalo de la fe, no podemos hacer como aquella gente que mandaba callar al ciego; tenemos que estar atentos a las necesidades de los pobres, de los necesitados de hoy, tenemos que –conociendo a Jesús que da la vida por todos- darnos cuenta de que Él está atento a las necesidades de todos, especialmente de los que están al borde del camino y nosotros, los que seguimos a Jesús tenemos que conducirles a Él. Es la misión de la Iglesia: iluminar a los hombres, especialmente a los que sufren, con la luz que es Cristo.

«¿Qué quieres que haga por ti?» La pregunta recuerda aquella otra pregunta que antes había hecho a los hijos de Zebedeo: “¿Qué queréis que haga por vosotros?” (Mc 10, 36) y que contemplábamos el pasado domingo. Y si Santiago y Juan demostraron no haber comprendido nada del camino del Maestro, el ciego pide: “Maestro, ¡que pueda ver!”.

Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino. “Seguir a Jesús” es la expresión que en el Nuevo Testamento designa el discipulado cristiano. La historia de un milagro se convierte en la historia de una vocación a la fe y al discipulado. El hombre, por su parte, se abre a la gracia y abandona todo lo que tenía (el manto) para irse detrás del Maestro siguiéndole por el camino “hacia Jerusalén”.

«Bartimeo que, curado, sigue a Jesús por el camino, es imagen de la humanidad que, iluminada por la fe, se pone en camino hacia la tierra prometida. Bartimeo se convierte a su vez en testigo de la luz, narrando y demostrando en primera persona que había sido curado, renovado y regenerado. Esto es la Iglesia en el mundo: comunidad de personas reconciliadas, artífices de justicia y de paz; "sal y luz" en medio de la sociedad de los hombres y de las naciones.». (Benedicto XVI, Homilía 25-10-09)

2. En el texto de la Primera lectura se anuncia el regreso del “Resto de Israel” a la tierra que siglos antes Dios había dado a su pueblo. La vuelta es acompañada de gritos de alegría y de alabanza, pues “el Señor ha salvado a su pueblo” (v. 7). Es el Señor mismo quien se encarga, como un pastor bueno y cuidadoso, de recoger a los exiliados del país del norte (Babilonia) y de todos los confines de la tierra (v. 8). Se trata de gente pobre, enferma, débil, herida en el cuerpo y en el alma. Dios inicia de nuevo la historia a partir de los más pequeños e indigentes: “ciegos y cojos, preñadas y paridas”. Y a los ojos del Señor, éstos que vuelven –el resto de Israel , constituyen “una gran asamblea”, que es imagen de la Iglesia.

- La Iglesia es la gran asamblea, no formada por fuertes, poderosos y autosuficientes, sino por pobres, ciegos, cojos y personas débiles (primera lectura).
- La Iglesia es la gran asamblea, formada por hombres y mujeres que experimentan a Jesús como Sacerdote solidario y cercano, a través del cual obtienen el perdón y la gracia de una vida nueva (segunda lectura).
- La Iglesia es la gran asamblea, formada por aquellos que, como el ciego Bartimeo, lo han encontrado, han sido curados de su ceguera y se han puesto a seguirlo por el camino de la vida (evangelio).

Fin. La Eucaristía que vamos a celebrar, sustento de nuestra fe y luz.

Vieja contribución

Iniciar sesión