Homilías de José Román Flecha
Martes, 13. Mayo 2025 - 11:02 Hora
DOMINGO 5º DE PASCUA /C
EL MANDATO NUEVO
En Listra, Pablo y Bernabé curaron a un hombre tullido. Asombradas por el milagro, las gentes quisieron adorarlos. Cuando ellos gritaron que eran hombres como los demás, el
pueblo los apaleó. Aquella experiencia los llevó a exclamar: “Hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios” (Hch 14,22).
Al regresar a Antioquía de Siria dieron cuenta a la comunidad de “lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo habían abierto a los gentiles la puerta de la fe”. Aquella misión les había ayudado a descubrir que también los paganos podían entrar en el Reino de Dios.
El salmo responsorial canta y proclama esa orientación universal de la fe: “El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas” (Sal 144).
Según la visión del Apocalipsis, la nueva Jerusalén que baja del cielo será la morada definitiva de Dios entre los hombres. Él ha dispuesto hacer nuevas todas las cosas (Ap 21,1- 5).
EL HIJO Y LOS HIJITOS
En este quinto domingo de Pascua el evangelio nos sitúa en el escenario de la última cena de Jesús con sus discípulos (Jn 13,31-35). Después que Judas salió del Cenáculo, para
entregar a su Maestro en manos de los sacerdotes del templo de Jerusalén, Jesús dirigió a los suyos dos frases que son como el resumen de su misión:
• “Ahora es glorificado el hijo del hombre, y Dios es glorificado en él”. La salida del discípulo traidor anticipaba la glorificación de Jesús. Es cierto que el Maestro había previsto y anunciado este momento. Pero sus discípulos no aceptaban que la glorificación de su Maestro pudiera coincidir con la crucifixión.
• “Hijitos, me queda poco de estar con vosotros”. Solamente en esta ocasión aparece en los evangelios la palabra “hijitos”. Nos sorprende la ternura con que Jesús se dirige a sus
discípulos. Pero más nos sorprende la claridad con la que él ha previsto su muerte. El tiempo de su misión terrestre tocaba a su fin.
EL SIGNO DEL AMOR
Jesús había aceptado la regla de oro de todas las culturas: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mc 12,31). Pero en la hora de su despedida Jesús se presentaba a sí mismo como el
modelo de aquel mandato. Él era la clave y el signo por el que habían de distinguirse.
• “Os doy un mandato nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado”.
Generalmente se pensaba que el sujeto había de decidir el modo de relacionarse con los demás. Desde ahora, el motivo del amor solo puede ser el amor que ha orientado la vida de Jesús.
• “La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros”. Todos los grupos humanos tratan de distinguirse por sus hábitos, sus himnos o sus
banderas. Sin embargo, los discípulos de Jesús habrán de distinguirse por el amor mutuo.
- Señor Jesús, tú has tenido la delicadeza de llamar “hijos” a tus discípulos. Eso significa que ellos son hermanos. Los seguidores de Jesús habrán de hacerse reconocer por el
amor fraternal. Esa ha de ser la señal que los distinga. Que tu Espíritu nos ayude a comprender el significado de esa entrega personal. Que él nos dé la luz y la fuerza para amar a
los demás como tú nos has amado. Amén.