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Lunes, 19. Mayo 2025 - 11:18 Hora
DOMINGO 6º DE PASCUA /C

LA PAZ EN LA IGLESIA

La paz os dejo; mi paz os doy.

En el evangelio de Juan podemos leer un conjunto de discursos en los que Jesús se va despidiendo de sus discípulos. Los comentaristas lo llaman "El Discurso de despedida". En él se respira una atmósfera muy especial: los discípulos tienen miedo a quedarse sin su Maestro; Jesús, por su parte, les insiste en que, a pesar de su partida, nunca sentirán su ausencia.
Hasta cinco veces les repite que podrán contar con «el Espíritu Santo». Él los defenderá, pues los mantendrá fieles a su mensaje y a su proyecto. Por eso lo llama «Espíritu de la verdad». En un momento determinado, Jesús les explica mejor cuál será su quehacer: «El Defensor, el Espíritu Santo... será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho». Este Espíritu será la memoria viva de Jesús.
El horizonte que ofrece a sus discípulos es grandioso. De Jesús nacerá un gran movimiento espiritual de discípulos y discípulas que le seguirán defendidos por el Espíritu Santo. Se mantendrán en su verdad, pues ese Espíritu les irá enseñando todo lo que Jesús les ha ido comunicando por los caminos de Galilea. Él los defenderá en el futuro de la turbación y de la cobardía.
Jesús desea que capten bien lo que significará para ellos el Espíritu de la verdad y Defensor de su comunidad: «Os estoy dejando la paz; os estoy dando la paz». No sólo les desea la paz. Les regala su paz. Si viven guiados por el Espíritu, recordando y guardando sus palabras, conocerán la paz.
No es una paz cualquiera. Es su paz. Por eso les dice: «No os la doy yo como la da el mundo». La paz de Jesús no se construye con estrategias inspiradas en la mentira o en la injusticia, sino actuando con el Espíritu de la verdad. Han de reafirmarse en él: «Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde».
En estos tiempos difíciles de desprestigio y turbación que estamos sufriendo en la Iglesia, sería un grave error pretender ahora defender nuestra credibilidad y autoridad moral actuando sin el Espíritu de la verdad prometido por Jesús. El miedo seguirá penetrando en el cristianismo si buscamos asentar nuestra seguridad y nuestra paz alejándonos del camino trazado por él.
Cuando en la Iglesia se pierde la paz, no es posible recuperarla de cualquier manera ni sirve cualquier estrategia. Con el corazón lleno de resentimiento y ceguera no es posible introducir la paz de Jesús. Es necesario convertirnos humildemente a su verdad, movilizar todas nuestras fuerzas para desandar caminos equivocados, y dejarnos guiar por el Espíritu que animó la vida entera de Jesús.

NO DA LO MISMO

El pluralismo es un hecho innegable. Se puede incluso afirmar que es uno de los rasgos más característicos de la sociedad moderna. Se ha fraccionado en mil pedazos aquel mundo monolítico de hace unos años. Hoy conviven entre nosotros toda clase de posicionamientos, ideas o valores.

Este pluralismo no es solo un dato. Es uno de los pocos dogmas de nuestra cultura. Hoy todo puede ser discutido. Todo menos el derecho de cada uno a pensar como le parezca y a ser respetado en lo que piensa. Ciertamente, este pluralismo nos puede estimular a la búsqueda responsable, al diálogo y a la confrontación de posturas. Pero nos puede llevar también a graves retrocesos.

De hecho, no pocos están cayendo en un relativismo total. Todo da lo mismo. Como dice el sociólogo francés G. Lipovetsky, «vivimos en la hora de los feelings». Ya no existe verdad ni mentira, belleza ni fealdad. Nada es bueno ni malo. Se vive de impresiones, y cada uno piensa lo que quiere y hace lo que le apetece.

En este clima de relativismo se está llegando a situaciones realmente decadentes. Se defienden las creencias más peregrinas sin el mínimo rigor. Se pretende resolver con cuatro tópicos las cuestiones más vitales del ser humano. Algo quiere decir A. Finkielkraut cuando afirma que «la barbarie se está apoderando de la cultura».

La pregunta es inevitable. ¿Se puede llamar «progreso» a todo esto? ¿Es bueno para la persona y para la humanidad poblar la mente de cualquier idea o llenar el corazón de cualquier creencia, renunciando a una búsqueda honesta de mayor verdad, bondad y sentido de la existencia?

El cristiano está llamado hoy a vivir su fe en actitud de búsqueda responsable y compartida. No da igual pensar cualquier cosa de la vida. Hemos de seguir buscando la verdad última del ser humano, que está muy lejos de quedar explicada satisfactoriamente a partir de teorías científicas, sistemas sicológicos o visiones ideológicas.

El cristiano está llamado también a vivir sanando esta cultura. No es lo mismo ganar dinero sin escrúpulo alguno que desempeñar honradamente un servicio público, ni es igual dar gritos a favor del terrorismo que defender los derechos de cada persona. No da lo mismo abortar que acoger la vida, ni es igual «hacer el amor» de cualquier manera que amar de verdad al otro. No es lo mismo ignorar a los necesitados o trabajar por sus derechos. Lo primero es malo y daña al ser humano. Lo segundo está cargado de esperanza y promesa.

También en medio del actual pluralismo siguen resonando las palabras de Jesús: «El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará».




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