Lunes, 20. Enero 2025 - 11:52 Hora
DOMINGO 3º DEL T. ORDINARIO /C
HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
PROGRAMA
Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres.
Antes de comenzar su relato evangélico, Lucas quiere presentar de manera clara el programa de Jesús, que enseguida irá exponiendo a lo largo de su escrito. Le interesa mucho, pues ése es precisamente el programa que han de tener ante sus ojos los que le siguen.
Según Lucas, es Jesús mismo quien selecciona un pasaje del profeta Isaías y se lo lee a los vecinos de su pueblo, para que puedan entender mejor el Espíritu que lo anima, las preocupaciones que lleva dentro de su corazón y la tarea a la que se quiere dedicar en cuerpo y alma.
El Espíritu del Señor está sobre mí. Él me ha ungido. Jesús se siente ungido por el Espíritu de Dios, impregnado por su fuerza. Por eso, sus seguidores le llaman ahora Cristo, es decir, Ungido, y, por eso, se llaman ellos mismos cristianos. Para Lucas, es una contradicción llamarse «cristiano» y vivir sin ese Espíritu de Jesús.
Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres. A Dios le preocupa el sufrimiento de la gente. Por eso, su Espíritu le empuja a Jesús a dejar su pueblo para dar la Buena Noticia a los pobres. Esta es su gran tarea: poner esperanza en los que sufren. Si lo que hacemos y decimos los cristianos no es captado como «Buena Noticia» por los que sufren, ¿qué evangelio estamos predicando?, ¿a qué nos estamos dedicando?
Jesús se siente enviado a cuatro grupos de personas: los pobres, los cautivos, los ciegos, y los oprimidos. Son los que más dentro lleva en su corazón, los que más le preocupan. ¿Qué ha sido de «la gran preocupación» de Jesús? Aquí no hay escapatoria posible. La Iglesia es de los que sufren, o deja de ser la Iglesia de Jesús. Si no son ellos quienes nos preocupan, ¿de qué nos estamos preocupando?
Jesús tiene claro su programa: sembrar libertad, luz y gracia. Esto es lo que desea introducir en aquellas aldeas de Galilea y en el mundo entero. Nosotros podemos dedicarnos a juzgar y condenar la sociedad actual; podemos discutir de todo; podemos lamentamos de la indiferencia religiosa. Si seguimos el programa de Jesús, nos sentiremos llamados a poner en el mundo libertad, luz y gracia de Dios.
LA PRIMERA MIRADA
La primera mirada de Jesús no se dirige al pecado de las personas, sino al sufrimiento que arruina sus vidas. Lo primero que toca su corazón no es el pecado, sino el dolor, la opresión y la humillación que padecen hombres y mujeres. Nuestro mayor pecado consiste precisamente en cerrarnos al sufrimiento de los demás para pensar solo en el propio bienestar.
Jesús se siente «ungido por el Espíritu» de un Dios que se preocupa de los que sufren. Es ese Espíritu el que lo empuja a dedicar su vida entera a liberar, aliviar, sanar, perdonar: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista, para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor».
Este programa de Jesús no ha sido siempre el de los cristianos. La teología cristiana ha dirigido más su atención al pecado de las criaturas que a su sufrimiento. El conocido teólogo Johann Baptist Metz ha denunciado repetidamente este grave desplazamiento: «La doctrina cristiana de la salvación ha dramatizado demasiado el problema del pecado, mientras ha relativizado el problema del sufrimiento». Es así. Muchas veces la preocupación por el dolor humano ha quedado atenuada por la atención a la redención del pecado.
Los cristianos no creemos en cualquier Dios, sino en el Dios atento al sufrimiento humano. Frente a la «mística de ojos cerrados», propia de la espiritualidad del Oriente, volcada sobre todo en la atención a lo interior, el que sigue a Jesús se siente llamado a cultivar una «mística de ojos abiertos» y una espiritualidad de responsabilidad absoluta para atender al dolor de los que sufren.
Al cristiano verdaderamente espiritual –«ungido por el Espíritu»– se le encuentra, lo mismo que a Jesús, junto a los desvalidos y humillados. Lo que le caracteriza no es tanto la comunicación íntima con el Ser supremo cuanto el amor a un Dios Padre que lo envía hacia los seres más pobres y abandonados. Como ha recordado el cardenal Martini, en estos tiempos de globalización, el cristianismo ha de globalizar la atención al sufrimiento de los pobres de la Tierra.